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La nueva estrategia anti-secuestro del G8

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Por Juan Francisco Gómez Montoya (*)

 Por Juan Francisco Gómez Montoya (*)

En días pasados, los países que integran el G8, durante una plenaria celebrada en Inglaterra decidieron adoptar la estrategia de no pagar más por sus ciudadanos secuestrados, con el objetivo de cortar esta práctica como flujo de financiación para los grupos terroristas y para desincentivar el secuestro de alguna manera, la cual ya es usual en grandes porciones de planeta. En este caso uno no puede dejar de preguntarse ¿esta decisión llevará a un mundo mejor? ¿se reducirá la práctica del secuestro a nivel mundial después del anuncio público de que los gobiernos más ricos del planeta no van a volver a pagar por sus ciudadanos secuestrados?

Infortunadamente, semejante decisión desconoce los aspectos más básicos de la práctica del secuestro como tal y por ende, es poco probable que lleve a los resultados que los líderes mundiales están esperando.

En primera instancia, los secuestros a nivel mundial, incluyendo los secuestros de los ciudadanos de países desarrollados económicamente, no solo tienen una motivación económica. En sitios como África del Norte (que es donde se busca que la estrategia tenga un mayor efecto), Oriente Medio, Asia Central y Rusia entre otros, los secuestros de extranjeros tienen una fuerte motivación política e ideológica. En algunos casos, como es el caso de Irán, se dan detenciones legales de extranjeros bajo la simple acusación de colaborar con los imperialistas gobiernos extranjeros y todo bajo el auspicio del Estado. En América Latina en cambio, el secuestro es simplemente una nueva práctica de robo, el ya bautizado “secuestro express” en donde la infortunada víctima es llevada a algún sitio marginal contra su voluntad y es retenida allí hasta que se pague una suma que prácticamente equivale a todos sus ahorros y luego es liberada. Obviamente, la estrategia  de no pagar por secuestros en América Latina solamente le arrancaría una sonrisa burlona al líder de la banda de secuestradores.

Pero el problema del secuestro tiene además otras víctimas, a quienes los líderes del G8 parecen no poner mucha atención: las familias. Claramente, un funcionario público podrá sonar un poco indiferente ante la negativa de pagar por alguien que esté en manos de unas personas que lo pueden matar, pero la familia claramente no lo es. Evidentemente, cuando se lleva a cabo un secuestro económico, los secuestradores buscan principalmente a la familia, diferente a cuando se lleva a cabo un secuestro con motivaciones políticas, en donde los secuestradores contactan principalmente al Estado.

Ahora, en países como Inglaterra, donde la democracia convive con la monarquía, pero en donde además la ley está por encima de todo, es decir que existe un Estado de Derecho bastante extremo, es más comprensible llevar a cabo una política de no pagar por secuestros por un tiempo prolongado. En otros países como Rusia o China, en donde el sistema democrático tiene un desarrollo bastante atrasado o inexistente, también puede ser fácil mantener una política de no pago de rescates. Pero en un país en donde exista un sistema democrático fuerte, (entendiendo el concepto de “sistema democrático fuerte” como un sistema en donde una reacción popular puede poner en aprietos a un gobierno), como es el caso de los Estados Unidos, Alemania, Francia o incluso el mismo Brasil, dicha determinación se encuentra sujeta a los vaivenes del sistema político nacional. Basta con mirar el caso de la presión ejercida contra el gobierno norteamericano en momentos del secuestro de los diplomáticos en Irán o de la guerra en Vietnam para entender que un país de estos tendrá menos capacidades de mantener dicha política.

Evidentemente, dejar de pagar por el secuestro no va a reducir su práctica, no solo porque si el Estado se rehúsa a pagar, las familias posiblemente si lo hagan, sino también porque toda práctica terrorista tiene una multiplicidad de motivaciones, y algunas de estas poco o nada tienen que ver con el dinero. Muchos de los adultos mayores de hoy en día, seguramente tendrán un “flashback” al escuchar la palabra “Entebbe”, mientras que los jóvenes probablemente no sepan que quiere decir eso. Pero el rescate de Entebbe es un ejemplo perfecto de lo compleja que puede resultar la práctica del secuestro, unos hombres cuya motivación era eminentemente político-religiosa y solo querían darse a conocer al mundo, llevaron a cabo uno de los secuestros masivos más memorables de la historia.

No habrá claramente un mundo mejor después de esta decisión, no se reducirán las prácticas del secuestro y el terrorismo; si Al-Qaeda no se financia por medio del dinero del secuestro de ciudadanos estadounidenses, canadienses, ingleses, franceses, chinos o rusos, lo hará por cualquier otro medio. Lo más probable es que los grupos terroristas incursionen aún más en el negocio de la ruta de las drogas en África y Asia para Europa y que estrechen lazos con los grandes grupos narcotraficantes de América Latina como el Comando Vermelho, el Cartel de Sinaloa o las BACRIM.

Por el contrario, la situación de inversión y contratación laboral en países en donde este flagelo es usual tenderá a decaer. Las compañías petroleras que actualmente invierten en un país como Nigeria (por poner un ejemplo) ahora saben que en caso de que alguno de sus ingenieros llegue a ser secuestrado no contarán con el apoyo económico del gobierno, del mismo modo en que un profesional que sea contratado por estas compañías en alguna zona roja, seguramente deberá ser consciente que está arriesgando su vida, ahora un poco más que antes. En los llanos colombianos, una decisión de este tipo seguramente tendrá repercusiones. Anteriormente, muchos de los ciudadanos extranjeros que estaban secuestrados en la selva, generalmente recobraban su libertad una vez los gobiernos extranjeros intervinieran con un generoso cheque para las guerrillas o grupos criminales locales. Inolvidables fueron los esfuerzos y pagos del gobierno francés para la liberación de Ingrid Betancourt de las selvas colombianas. El pago del secuestro significaba por un lado una capitulación (palabra de la cual los ingleses no son muy amigos) pero también significa acabar con el sufrimiento de una familia y de una comunidad en general, sin contar que mostrar la liberación de un secuestrado trae innegables réditos políticos. Y es que esta es la misma lógica que guía a todas las prácticas terroristas, darle a entender a un grupo de personas que en caso de no acceder a las demandas planteadas, el precio a pagar sería muy alto.

Una estrategia antisecuestro implicaría dejar de intentar obligar al mundo a pensar de una misma manera, y más bien entender las lógicas, valores y principios que guían a una comunidad específica, y manejar la situación con base en los mismos. Actualmente todo grupo terrorista y narcotraficante se encuentra inmerso dentro de una comunidad, la cual, estemos de acuerdo o no, aprueba o por lo menos no condena la existencia de dicho grupo. Pensar la manera de romper dichos lazos sociales, es el gran reto que tienen todos los gobiernos del mundo si esperan implementar una estrategia antiterrorista eficiente.

(*) Politólogo (Pontificia Universidad Javeriana, Colombia). Máster en Estrategia y Geopolítica de la Escuela Superior de Guerra Luis María Campos, Buenos Aires, Argentina. Especialización en Gestión Periodística, Universidad de Buenos Aires (UBA). Candidato a Magister en RRII de la Universitá di Bologna.


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